¿Pero tú te quieres?

Por Montse Muñoz Rodríguez

-¿Pero tú te quieres? – Llevo una semana dándole vueltas a esta maldita pregunta. Aquella estúpida camarera me la hizo de manera automática al ver como yo volcaba, por accidente y sin inmutarme, mi plato de sopa hirviendo sobre mis piernas. Ella la hizo de forma instintiva, pero a mí me dejó mudo.

                        ¿Pero tú te quieres?

– ¿Me quiero? – No recuerdo sentirme querido en ningún momento de mi patética vida, tampoco haberlo sentido por nadie y menos aún por mí.
En el transcurso del tiempo, mi vida se ha ido llenando de rabia e ira; es el único sentimiento al que he dejado cavidad en ella. Ni tan siquiera odio, solo rabia.
No me siento orgulloso de ser quien he llegado a ser, pero tampoco me odio por ello. Soy un mierda… sí. Pura escoria. Sigue leyendo

Yo no me llamo Felipe

Esta tarde es distinta para ti. Muy diferente a todas las demás tardes. Vas a dar una sorpresa a tus compañeros de juegos. Una sorpresa como la que tú te has llevado. Estas de estreno. Tus hermanas te han traído desde Barcelona la equipación del Barça; Virgilio, un amigo de tu hermano, te ha cosido el número 9 en la espalda de la camiseta, como el que lleva tu jugador favorito, Johann Cruyff. Las medias y la pelota de las de verdad completan el regalo.

Y te dispones a sorprender a tus amigos. Ninguno en el barrio puede presumir del traje de futbol de su equipo preferido, y te consta que en el pueblo se pueden contar con los dedos de una mano los que tienen la misma suerte que tú. Esperas dejarles con la boca abierta.

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Instintos (inspirado en el libro » El perfume»)

Jean Baptiste vino al mundo en una epoca no exenta de drama social. Las clases más bajas, sometidas a una pobreza extrema hacían lo que podían para sobrevivir.
El momento de su nacimiento fue en la calle, encima de un suelo frío de piedra. Tan tosco y oscuro como el cuchillo de pescado que cogió su madre para cortar un cordón umbilical que más que emocionarle le importunaba.
Jean salió disparado, después de múltiples contracciones, por la vagina  para acabar en un rincón con cientos de tripas de pescado. Al no llorar, su madre pensó que había muerto. Se tapó la sangre que emanaba por sus muslos con los anchos y remendados faldones y siguió vendiendo pescado.
El bebé se movía lentamente como una serpiente, se impregnó del aroma putrefacto aunque salino, y fue la sal quién le sanó los arañazos que había sufrido durante aquella carnicería a la que le habían sometido.
Su madre no se preocupó de el hasta que llegó la hora adecentar un poco la calle de visceras y agallas.
El ya no estaba allí, el destino quiso fuera reptando hasta dar con una buena aunque pobre samaritana que aunque no podía cuidar de él lo dejo a las puertas de un convento.
Jean Baptiste, fue así como le llamaron, creció a lo largo, que no a lo ancho, alimentándose básicamente de leche aguada y gachas.
Desde pequeño pocas palabras usó, ninguna lágrima, ni cuando los curas usaban con él la Bara por desaparecer de la abadía. El los miraba con esos ojos oscuros y tristes y no decía nunca nada. Lo único que hacía era agarrarse el pelo y colocarse el flequillo enmedio de la cara para evitar el contacto con los demás. Mientras, los otros lo miraban de arriba a abajo sin entender cómo había sobrevivido aquel ser tan alto, delgado y esperpéntico.
Poco le importaba! El desdichado tenía un don y era que su olfato era excepcional.
Fui así como se convirtió en un gran perfumista en París.
Era un mago al mezclar flores con aromas de mujeres que escogía cuando, su nariz encontraba olores únicos para él.
Jean Baptiste quitaba una vida a cambio de un aroma.
No cualquiera, uno de los más espectaculares.
Era lo que tenía que hacer, seguir su instinto.

Como siempre había hecho desde su nacimiento.

Sònia Deixens – 26/11/2023

La Máscara – Capítulo II. Abrelatas.

Sobre Monstruos Reales y Humanos Invisibles

Introducción:

La aventura continúa y lo que fue un pequeño experimento junto a mi buen amigo Andrés Cadena se está convirtiendo en una humilde serie de animación online. Como ya comenté la semana pasada, procuraré publicar el texto original que escribí junto a la adaptación audiovisual para que se vea cómo se ha adaptado y para hacer la experiencia más cercana a todos aquellos que me seguís. Espero que disfrutéis de la serie, el texto y, como siempre, estaré más que encantado de poder comentar cómo ha ido la adaptación y qué os parece este pequeño proyecto en el que me he embarcado.

La Máscara – Capítulo II. Abrelatas.

Capítulo:

Texto Original:

“Todo saldrá bien, todo va a salir bien”.

El sonido de aquel vetusto mensaje se convirtió en mi única compañía mientras observaba las solitarias calles de la ciudad. Me  estaba deleitando con aquel silencio cuando un remolino de…

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Doña Rosita

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Per Montserrat Baduell Latorre

Recorre la calle hasta encontrar el número treinta y cinco, el que reza en su tarjeta. La susodicha calle no inspira ya mucha confianza, pero el portal en el que cuelga un letrero destartalado con el nombre del establecimiento, la inspira todavía menos.

No sin reservas se introduce en la oscuridad que se oculta tras una puerta roñosa y medio descolgada llena de pintadas. Sube la angosta escalera y, cuando finalmente llega ante la puerta de la pensión, lee el rótulo al mismo tiempo que esboza una mueca irónica: “Residencia Rosita”.

–  Residencia… ¡ya les vale! – piensa mientras pulsa el timbre. Depende de quién me abra la puerta salgo por patas…

Al cabo de unos segundos oye unos pasos apresurados que se acercan a la puerta para, acto seguido, abrirla, dejando a Elena con la boca abierta.

– ¡Tu debes de ser Elena! – le grita entusiasmada una mujer de edad indefinida. Lleva el pelo teñido de un rubio oxigenado y cardado exageradamente. Parece salida de una serie televisiva de los años sesenta, aunque también podría ser la famosa señora Roper del “Tres en casa” y, no es que Elena la haya visto, es demasiado joven, pero sí que ha visto fotos y algunas escenas en el “youtube” y es la primera persona que le viene a la cabeza. Su indumentaria tampoco es el último grito y su maquillaje es realmente excesivo.

– Madre mía, ¡dónde me he metido! – sigue pensando Elena.

– Pasa, cariño. ¿Has tenido buen viaje?, ven voy a enseñarte la pensión y tu habitación. Elena consigue farfullar unas palabras mientras sigue a la señora Roper.

La pensión es antigua y algo decadente, pero por lo menos, por lo que se ve, está limpia. Se fija en las paredes, pintadas en colores desvaídos que han vivido tiempos mejores. Por todas partes hay colgadas fotos antiguas en las que una hermosa mujer viste llamativos trajes de revista.

– Guapa, ¿eh? – le pregunta sonriente la mujer cuando ve que Elena las observa, interesada.

– ¿Es usted? – le pregunta Elena.

– ¡Por supuesto! – le responde orgullosa. Perdona, pero no me he presentado. Soy Rosita, también conocida hace algunos años por “El vendaval del Paralelo”, querida. ¡En mis tiempos fui “vedette” en “El Molino”! Me hubieras tenido que ver… con esos trajes, esas plumas, ese cuerpo serrano… ¡qué tiempos!

– ¡Caray, ya he oído hablar de ese lugar!

– Hace años era espléndido. Pero su época dorada se acabó y la mía también. Mucho antes… Cuando dejé el espectáculo, con los ahorrillos compré este piso y abrí esta pensión. Evidentemente, no es el Hotel Vela, pero te aseguro que estarás a gusto. Ven, aquí está tu habitación.

Elena la sigue por el pasillo, en el cual hay varias habitaciones y, cuando llega a la última puerta, la abre y se la muestra.

– Aquí está. No es lujosa, pero está limpia y es lo suficientemente espaciosa para que te instales a gusto.

– Es usted muy amable, señora Rosita.

– De señora Rosita, nada, ¿eh? Aquí, para todo el mundo soy Rosita, y ya está. Ahora te dejo para que te instales y te refresques. Hace un calor de mil demonios. No hay aire acondicionado pero el ventilador del techo va muy bien, ya lo verás. ¿Cuándo empiezas a trabajar?

– El lunes. He preferido venir un par de días antes para adaptarme al lugar y empezar a trabajar descansada. Cuando empiece veremos si podré hacerlo.

– Bueno, hay mucho turismo, es verdad. Pero pronto te acostumbrarás a la nueva rutina, ya lo verás. Te dejo. La cena es a las nueve, la comida a las dos y el desayuno a las ocho. Nos vemos en un rato.

– Gracias Rosita. Hasta luego.

Cuando Rosita se va, Elena estudia el que será su hogar durante los próximos cinco meses. En su casa necesitan el dinero, así que ha dejado su familia y su zona de confort en Granada para trabajar durante el verano en Barcelona, como camarera.

Como ha dicho Rosita, la habitación no es lujosa pero sí cómoda y aseada. Hay una cama y una mesita de noche junto a las cuales dormita un viejo sofá al que una colcha con mandalas le ha brindado un poco más de vida. A un lado, un pequeño balcón que da a la calle por la que ha venido y al otro lado un armario antiguo, pero bastante espacioso. También hay una pequeña mesa que hace las veces de escritorio y una silla.

– Bueno, no está tan mal. Viendo el portal me esperaba algo peor, la verdad. Y, distraídamente, abre la maleta y empieza a organizar sus cosas.

Cuando termina es casi la hora de cenar, así que se ducha para refrescarse y se arregla para darse a conocer ante el resto de huéspedes.

Cuando entra en el comedor la primera reacción es la de salir corriendo. Un variopinto grupo de personajes la estudian con interés mientras ella los mira, incrédula, ante lo que ve.

Casi todos son viejas glorias del mundo del espectáculo, aunque parecen, a primera vista, salidos del circo de los horrores.

Rosita es la primera en reaccionar. Se levanta presurosa y pasándole el brazo por los hombros la acerca hasta la mesa.

– Queridos, os quiero presentar a un nuevo huésped. Se llama Elena y estará con nosotros estos próximos cinco meses. Ha venido desde Granada a trabajar y se alojará con nosotros.

– “Eso habrá que verlo” – piensa Elena con escepticismo. “Menudo personal”

– No te alarmes, querida – Rosita parece haberle leído la mente. Son un poco especiales pero muy buena gente. Casi todos ellos vienen del mundo del “showbussines” y a medida que se han ido retirando, o bien porqué no tenían familia o porqué la familia ha pasado de ellos, han recalado aquí, donde son bienvenidos.

– Bu-bue-nas noches – se oye decir Elena.  Encantada de conocerlos.

– Bienvenida, querida – le dice un señor mayor levantándose y dándole educadamente la mano. Yo soy Guiseppe “El Zapatones”. Y Elena mira discretamente hacia sus pies y ve, asombrada, que lleva unos enormes zapatos de colores vistosos, aunque el resto de su indumentaria es normal.

– Ja, ja, ja, ¡ya veo que te gustan mis zapatos! – Exclama Guiseppe al ver el asombro del nuevo huésped.

– Guiseppe fue payaso en los mejores circos del mundo. Se retiró hace algunos años, pero no ha podido desprenderse del todo del que fue su mundo durante toda su vida. Sus padres también fueron payasos y él nació, literalmente, en el circo donde ellos trabajaban. Lo lleva en la sangre.

– ¿Y no tropieza? – le pregunta Elena.

– ¡Jamás! Pero por la calle uso zapatos normales, ¿eh? – le dice con una sonrisa cómplice. A Elena le ha caído bien Guissepe.

Poco a poco Rosita le va presentando a los demás huéspedes: Manoli, la cupletista, hace años que se retiró, pero todavía lleva con orgullo el mantón de Manila, que, según cuenta, le regaló la mismísima Raquel Meller.

Paco “el guindilla”, cantaor flamenco que todavía intenta hacerse un hueco entre la gente de la farándula barcelonesa.

– Chiquilla, yo he sido palmero de muchos cantaores famosos, pero ahora quiero cantar en solitario…pero el tema está “jodío”. No están por la labor y eso que lo intento, ¿eh?

– Y aquí está nuestra futura soprano. Mercedes ha cantado en el Liceo haciendo algún papelito de poca importancia mientras estudia canto. ¡Será una gran cantante!

– Mucho gusto Elena y bienvenida. ¡Ya me oirás practicar!

Poco a poco le fue presentando al resto. Bueno, quizá no son tan raros, pensó mientras tomaba asiento en la mesa y empezaba a servirse la cena.

Pasaron los meses y Elena se fue adaptando a la rutina laboral y a los huéspedes de Rosita. Al final no resultaron tan raros y la “residencia” Rosita resultó ser un hogar para todos los que, en algún momento de su vida, recalaron en ese entrañable lugar. Si ahora le preguntaran a Elena donde preferiría hospedarse en Barcelona, sin duda elegiría la vetusta y decadente pensión de Doña Rosita, a la postre un verdadero hogar para sus clientes.

La boda de mi peor enemiga

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Per Montserrat Baduell Latorre

Día 1 – Hoy al entrar en la oficina me he dirigido a mi mesa y he visto que había en ella un sobre de color malva, bastante cursi, todo hay que decirlo. Muerta de curiosidad me he sentado y he abierto la misiva.

– ¡Madre mía! ¡No es posible! En ese momento creí que me daba un infarto. Resulta que mi jefa, la trepa-insoportable-niña de papá de Vanessa, ¡me ha invitado a su boda! Sigue leyendo